Este es uno de los primeros relatos que escribí y hace poco ha sido seleccionado y publicado por la Hispanic Culture Review de la George Mason University (Fairfax, Virgina-USA) en la edición 2019-2020 cuyo tema era "Mi gente".
Como
cada noche, la televisión bombardeaba con anuncios de casas de apuestas. Denis
llevaba algún tiempo pensando en abrirse una cuenta y esa noche lo hizo
aprovechando una oferta publicitaria que vio en la tele. Iba a jugar pequeñas
cantidades y a tomarse aquello como un entretenimiento para pasar el rato.
Había acabado ya el curso y sus buenas notas en bachillerato y Selectividad, le
permitirían matricularse en Medicina, siguiendo la tradición familiar. Denis tenía
unos pequeños ahorros procedentes de regalos familiares, sobre todo de sus
abuelos, y pensaba aprovechar el verano para viajar a Irlanda con unos amigos y
sacarse el B2 de inglés.
Sin
darse cuenta, cada día hacía más apuestas y las pérdidas iban en aumento. Incluso,
llegó a engancharse a las partidas de póker online pero tampoco tuvo buena suerte.
En tan solo unas semanas se había fundido los 4.000 euros que tenía ahorrados. Sus
amigos ya habían reservado los billetes para el vuelo y realizado la matricula
en el centro educativo irlandés donde iban a pasar el mes. Denis estaba
desesperado porque no tenía el dinero para realizar esos pagos y ni se le
pasaba por la cabeza contar a sus padres lo sucedido. En su familia no había
problemas económicos pero sabía que había malgastado una pequeña fortuna y que
a sus padres no les haría ninguna gracia lo ocurrido, menos aún teniendo en
cuenta la buena reputación de Denis.
Decidió
mantener en secreto lo ocurrido tanto para sus padres como para sus amigos. A
los primeros no tendría que darles muchas explicaciones puesto que se marchaban
de viaje en unos días y no estarían para la fecha en la que teóricamente él
tendría que volar a Dublín. A sus amigos les diría que al final no iba porque
prefería ir con sus padres a recorrer el Camino de Santiago. El problema para
Denis era cómo pasar aquel mes, solo en su casa, sin dinero, sin amigos y
habiendo engañado a todo el mundo. Tenía que pensar algo porque tampoco se
podía dejar ver ya que se suponía que estaba de viaje.
Lo
único que se le ocurrió fue contactar con Mario, un compañero del Instituto,
muy buen estudiante pero que no iba a Dublín porque su familia no se podía
permitir esos lujos. El chaval había comentado que trabajaría durante el verano
para ahorrar algo de dinero de cara al próximo curso ya que se iría a Granada a
estudiar. Denis pensó que tal vez Mario le pudiese ayudar a encontrar algún
trabajillo en cualquier sitio para pasar el mes y recuperar algo del dinero
dilapidado. Nunca había trabajado porque no le había hecho falta pero era la
única manera viable que veía de desaparecer durante un mes y a la vez ganar algunos
euros. Además, sería como un castigo que él mismo se imponía por la locura que
había cometido de manera tan irresponsable.
-Me
voy en un par de días a un invernadero de El Ejido, le anunció Mario.
-¿Crees
que habría trabajo para mí allí?, le preguntó Denis.
-¿Estás
loco, tío?, ¿para qué vas a trabajar tú en un invernadero? No necesitas la
pasta y es un trabajo muy duro, ¿no te ibas a Dublín a sacarte el B2 con tus
colegas?
-Ya
te contaré… ha surgido un problema y necesito trabajar durante un mes en lo que
sea. Es cierto que no he trabajado nunca pero sabes que tengo mucha voluntad.
-Ya,
pero esto no es un juego, Denis. Se trabajan muchas horas, hace muchísimo
calor, pagan una mierda y por si no lo sabes, los invernaderos están llenos de
moros y negros.
Mario
sabía que Denis era algo racista y que tal vez este último comentario le haría
echarse para atrás.
-Joder,
vaya panorama me pintas, tío.
-Qué
quieres que te diga. Ese trabajo no lo quiere hacer nadie y la mayoría de la
gente son ilegales africanos. Son buena gente pero a ti no te caen muy bien que
digamos, ¿no?
-Sabes
que no, joder, pero no creo que allí se vaya a entablar relaciones sociales,
¿no?
-Claro
que no, no vas a tener tiempo de eso, te lo aseguro. Puede que te venga bien
conocer a otro tipo de gente y sufrir sus mismas penurias.
-No
tengo muchas opciones, Mario. Habla con el empresario a ver si me puede
contratar. Supongo que darán comida y alojamiento, ¿no?
-Claro
tío, buffet libre en hotel de cinco estrellas, no te jode. Tendrás una cama, un
servicio asqueroso y un par de comidas al día como mucho. Si quieres algún lujo
extra te lo tienes que pagar tú. Se trabaja un mínimo de diez horas aunque
siempre puedes echar más. En tu caso puede que las tengas que hacer para
alcanzar el mismo rendimiento de la gente más experta.
-Bueno
Mario, no sigas que me rajo. Habla con ese tío y me llamas luego, ¿vale?
Pasada
media hora, Denis recibió la llamada de Mario para confirmarle que le había
conseguido el trabajo y le dio las instrucciones para enviar su documentación y
que le hicieran todo el papeleo. Acto seguido, Denis anuló su cuenta en la casa
de apuestas y se juró que jamás volvería a apostar.
Quedaron
muy temprano el día que tenían que incorporarse al trabajo. Irían desde Almería
a El Ejido en autobús y allí los recogería un encargado del invernadero con el
que Mario tenía cierta amistad.
-Ya
verás que bien te lo vas a pasar aquí, le dijo irónicamente el encargado a
Denis.
Les
asignaron una pequeña casa que tendrían que compartir con otros tres
trabajadores.
-Llévalo
al tajo y le enseñas cómo se trabaja aquí. Ya sabes que no hay periodo de
aprendizaje y mañana tiene que estar trabajando al mismo ritmo que el resto,
¿de acuerdo?, le dijo el encargado a Mario.
-No
te preocupes, es listo y aprende rápido.
Debajo
de los plásticos hacía un calor infernal que presagiaba duras jornadas de
trabajo. Mario empezó a instruir a Denis en el trabajo que había que hacer que
consistía básicamente en recolectar tomates, pepinos, calabacines, o lo que
tocase ese día, e ir llenando las cajas que había distribuidas por el
invernadero. Denis no tardó en darse cuenta de que aquello no sería un apacible
entretenimiento, ni mucho menos. La espalda le empezó a doler al par de horas
de estar trabajando y al enderezarse se percató de que su amigo iba mucho más adelantado
que él y había llenado muchas más cajas de hortalizas.
-Vamos
Denis, aquí no se puede uno parar a meditar.
A
mediodía comían en la casa que tenían asignada y pronto constataron que el
almuerzo no estaba preparado precisamente por ningún chef de prestigio. Mario y
Denis conocieron a sus tres compañeros de alojamiento, dos negros de mediana
edad y otro que parecía casi un niño. Apenas hablaron durante la comida y no
tardaron mucho en volver al tajo.
Por
la noche, Denis estaba reventado y se le vino el mundo encima al pensar en el
mes que le esperaba en el invernadero.
-Me
lo tengo bien merecido, por gilipollas, se dijo mientras se duchaba en un
asqueroso cuchitril que hacía las veces de cuarto de aseo. La frugal cena,
consistió en pan con embutidos y algo de fruta que también les facilitó el
encargado. Era evidente que allí no iba a engordar demasiado.
-Mario,
mañana te llevaré al otro invernadero junto con los dos morenos. Allí la cosecha
está más adelantada y hay que sacarla rápido. Tu amigo y el negrito se quedarán
aquí.
La
noticia cayó como una losa sobre Denis que se iba a quedar sin su amigo y con
la única compañía del joven negro del que no recordaba ni su nombre. Mario vio
la sombra de decepción en la cara de Denis e intentó subirle la moral.
-Venga
tío, ya sabes cómo va esto. Solo hay que agacharse y coger lo que toque. No
creo que tarde muchos días en volver. El sábado por la noche podemos quedar si
quieres.
Al
día siguiente, Denis y el joven de color
desayunaron sin intercambiar palabra alguna y se dirigieron a la zona que les
indicó el capataz. Un mar de tomates esperaban ser recolectados y colocados en
sus cajas. Empezaron uno al lado del otro pero el africano no tardó en ir aventajando
a Denis llenando más cajas. Lo hacía sin esfuerzo aparente mientras que Denis
se exprimía para intentar seguir el ritmo de su compañero pero era imposible.
Al poco, vio como el muchacho se había mudado a su tajo y estaba cogiendo
tomates en sentido contrario y en unos metros coincidirían. Al llegar uno al
lado del otro se miraron sin decir palabra y luego caminaron hasta donde había
quedado el corte. Denis tenía su orgullo herido pero, a pesar del rechazo que
sentía por negros, moros e inmigrantes en general, pronunció un casi
imperceptible, gracias.
-De
nada, respondió con voz más audible el otro.
Siguieron
trabajando y Denis cada vez perdía más rápidamente la distancia con su
compañero que tenía que repetir la operación con más asiduidad. Denis se cansó
de aquello y le dijo al joven negro:
-No
hace falta que me humilles más.
-Solo
intento ayudarte, me lo ha encomendado el patrón, dijo el muchacho en un
español bastante aceptable. Al principio yo también me quedaba atrás y los
demás me ayudaban, es normal.
Denis,
se sintió mal al ver más de cerca a aquel niño respondiendo con tanta sensatez.
-Perdona
tío, estoy cansado. No estoy acostumbrado a este tipo de trabajo.
-No problem, el patrón quiere que hagamos
el trabajo así. Tenemos que trabajar en equipo.
Durante
el almuerzo apenas hablaron pero antes de volver al trabajo, el joven negro
preguntó a Denis:
-¿Por
qué haces este trabajo de negros?
Denis
no se esperaba esa pregunta y contestó con otra.
-Y
tú, ¿qué haces en España?, ¿por qué has venido aquí?
-Yo
no quería venir, me trajo mi padre y él acabó ahogándose en el Estrecho. Ahora
tengo que trabajar para mandar dinero a mi madre en Senegal. Somos muchos en
casa y mi padre ya no está.
Denis
tomó conciencia de que su problema era una broma al lado de la situación de
aquel pobre niño.
-Lo
siento. ¿Tienes papeles?
-Soy
menor de edad, estoy aquí por los otros hombres que viste, son de mi pueblo,
allá en Senegal. Ellos me ayudan porque ahora estoy solo… Vamos, tenemos que
volver ya al curro, Denis.
-¿Te
acuerdas de mi nombre?
-Claro,
es fácil, ¿no?
-Yo
no recuerdo el tuyo.
-Me
llamo Mamadou.
Por
la noche el cansancio hizo que Denis se durmiera de manera casi inmediata pero
antes de hacerlo se imaginó la escena de los africanos en una patera con gente
cayendo al agua y Mamadou viendo como su padre se ahogaba sin poder hacer nada
por él. Le fastidiaba tener que reconocerlo pero aquel muchacho le caía bien y
le daba mucha pena.
Los
días continuaron con la misma rutina aunque Denis se estaba adaptando mejor al
trabajo y le cundía algo más. El sábado por la noche llegó Mario y fueron a El
Ejido a tomar algo. Denis le dijo a Mamadou si quería ir con ellos, pero el
joven africano declinó la invitación.
-¿Tú
no eras racista?, dijo Mario.
-Estoy
aprendiendo muchas cosas esta semana, Mario. Tal vez a las personas no hay que
juzgarlas por el color de su piel, como he hecho yo hasta ahora. Pensaba que
esta gente nos quitaba el trabajo a los españoles pero, ¿quién coño va a querer
hacer esta mierda de curro?, solo dos pringaos
como nosotros.
-Me
alegra oírte esas palabras, Denis, pero yo no soy ningún pringao. Solo soy pobre y necesito la pasta. Lo tuyo, en cambio, es
algo inexplicable. Espero que algún día me digas qué haces aquí.
-Estoy
cumpliendo una penitencia que yo mismo me he impuesto.
-Pues
tienes valor, Denis.
-A
veces se comenten errores y creo que por lo menos lo he atajado a tiempo.
Además esta experiencia puede que me sea útil en un futuro.
-Eso
desde luego. Sabrás valorar lo que tienes y también a apreciar a personas que
nunca te imaginarías lo maravillosas que son.
El
domingo Denis se quedó en el invernadero descansando. Se levantó tarde y
comprobó que Mamadou no estaba. El capataz le dijo que había ido a pasar el día
con sus paisanos a la otra finca.
-Te
has adaptado bien al trabajo, chico, le dijo el jefe.
-Bueno,
Mamadou me ha ayudado bastante al principio, como usted le había mandado.
-Yo
no le he mandado que te ayude. Lo habrá hecho por su cuenta para ganarse tu
amistad. Se ve un buen chico que parece haber sufrido bastante, pero con su
gesto ha dejado de ganar un buen dinero.
Denis
se quedó atónito al oír aquellas palabras y el resto del día estuvo dándole
vueltas al tema aunque cuando regresó Mamadou no le comentó nada.
Los
días iban pasando y Denis acabó alcanzando el ritmo de recolección de Mamadou.
No hablaban mucho pero era evidente que ambos habían conectado bastante bien.
Mario estuvo todo el mes en el otro invernadero aunque Denis ya no lo echaba de
menos. Cuando terminó su mes de castigo, Denis sintió cierta tristeza al despedirse
de Mamadou.
-¿Qué
vas a hacer con tu vida, Mamadou?
-Pronto
conseguiré los papeles. Luego ya veré si sigo trabajando por aquí o viajo a
Francia donde tengo unos familiares, aunque mi ilusión sería volver a Senegal y
poder vivir allí.
Denis
le dio un abrazo a aquel joven negro y pensó en los prejuicios que tenía tan
solo un mes antes contra la gente de otras razas y culturas y se dio cuenta de
lo equivocado que había estado.
Pasados
un par de días, ya en su casa de Almería, Denis sentía la necesidad de saldar
una deuda y salió a la calle dispuesto a ello. Se dirigió a la oficina de
correos más cercana.
-Quiero
enviar este dinero a una persona en Senegal.
-Muy
bien, le dijo la trabajadora, deme los datos del receptor del dinero.
Denis
le entregó el resguardo de un envío de dinero anterior que uno de los paisanos
de Mamadou había hecho a la madre de este. Ese papel estaba en la casa del
invernadero y Denis lo cogió antes de irse.
-¿Qué
ponemos en el concepto?, le preguntó la empleada.
-De parte
de un amigo de Mamadou, dijo él.
Salió
de correos con una sensación de tremendo bienestar. Ojalá le vaya bien a
Mamadou y a su familia, pensó de camino a casa.
Años después, tras acabar Medicina y estar trabajando en un hospital, Denis pasó a formar parte de Médicos Sin Fronteras y viajaba periódicamente al continente africano a prestar sus servicios a población carente de las más mínimas infraestructuras sanitarias. En uno de esos viajes se reencontró con Mamadou, pero eso ya es el comienzo de otra historia.
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