lunes, 25 de mayo de 2020

APUESTA POR LA CONVIVENCIA


Este es uno de los primeros relatos que escribí y hace poco ha sido seleccionado y publicado por la Hispanic Culture Review de la George Mason University (Fairfax, Virgina-USA) en la edición 2019-2020 cuyo tema era "Mi gente".


Como cada noche, la televisión bombardeaba con anuncios de casas de apuestas. Denis llevaba algún tiempo pensando en abrirse una cuenta y esa noche lo hizo aprovechando una oferta publicitaria que vio en la tele. Iba a jugar pequeñas cantidades y a tomarse aquello como un entretenimiento para pasar el rato. Había acabado ya el curso y sus buenas notas en bachillerato y Selectividad, le permitirían matricularse en Medicina, siguiendo la tradición familiar. Denis tenía unos pequeños ahorros procedentes de regalos familiares, sobre todo de sus abuelos, y pensaba aprovechar el verano para viajar a Irlanda con unos amigos y sacarse el B2 de inglés.
Sin darse cuenta, cada día hacía más apuestas y las pérdidas iban en aumento. Incluso, llegó a engancharse a las partidas de póker online pero tampoco tuvo buena suerte. En tan solo unas semanas se había fundido los 4.000 euros que tenía ahorrados. Sus amigos ya habían reservado los billetes para el vuelo y realizado la matricula en el centro educativo irlandés donde iban a pasar el mes. Denis estaba desesperado porque no tenía el dinero para realizar esos pagos y ni se le pasaba por la cabeza contar a sus padres lo sucedido. En su familia no había problemas económicos pero sabía que había malgastado una pequeña fortuna y que a sus padres no les haría ninguna gracia lo ocurrido, menos aún teniendo en cuenta la buena reputación de Denis.
Decidió mantener en secreto lo ocurrido tanto para sus padres como para sus amigos. A los primeros no tendría que darles muchas explicaciones puesto que se marchaban de viaje en unos días y no estarían para la fecha en la que teóricamente él tendría que volar a Dublín. A sus amigos les diría que al final no iba porque prefería ir con sus padres a recorrer el Camino de Santiago. El problema para Denis era cómo pasar aquel mes, solo en su casa, sin dinero, sin amigos y habiendo engañado a todo el mundo. Tenía que pensar algo porque tampoco se podía dejar ver ya que se suponía que estaba de viaje.
Lo único que se le ocurrió fue contactar con Mario, un compañero del Instituto, muy buen estudiante pero que no iba a Dublín porque su familia no se podía permitir esos lujos. El chaval había comentado que trabajaría durante el verano para ahorrar algo de dinero de cara al próximo curso ya que se iría a Granada a estudiar. Denis pensó que tal vez Mario le pudiese ayudar a encontrar algún trabajillo en cualquier sitio para pasar el mes y recuperar algo del dinero dilapidado. Nunca había trabajado porque no le había hecho falta pero era la única manera viable que veía de desaparecer durante un mes y a la vez ganar algunos euros. Además, sería como un castigo que él mismo se imponía por la locura que había cometido de manera tan irresponsable.
-Me voy en un par de días a un invernadero de El Ejido, le anunció Mario.
-¿Crees que habría trabajo para mí allí?, le preguntó Denis.
-¿Estás loco, tío?, ¿para qué vas a trabajar tú en un invernadero? No necesitas la pasta y es un trabajo muy duro, ¿no te ibas a Dublín a sacarte el B2 con tus colegas?
-Ya te contaré… ha surgido un problema y necesito trabajar durante un mes en lo que sea. Es cierto que no he trabajado nunca pero sabes que tengo mucha voluntad.
-Ya, pero esto no es un juego, Denis. Se trabajan muchas horas, hace muchísimo calor, pagan una mierda y por si no lo sabes, los invernaderos están llenos de moros y negros.
Mario sabía que Denis era algo racista y que tal vez este último comentario le haría echarse para atrás.
-Joder, vaya panorama me pintas, tío.
-Qué quieres que te diga. Ese trabajo no lo quiere hacer nadie y la mayoría de la gente son ilegales africanos. Son buena gente pero a ti no te caen muy bien que digamos, ¿no?
-Sabes que no, joder, pero no creo que allí se vaya a entablar relaciones sociales, ¿no?
-Claro que no, no vas a tener tiempo de eso, te lo aseguro. Puede que te venga bien conocer a otro tipo de gente y sufrir sus mismas penurias.
-No tengo muchas opciones, Mario. Habla con el empresario a ver si me puede contratar. Supongo que darán comida y alojamiento, ¿no?
-Claro tío, buffet libre en hotel de cinco estrellas, no te jode. Tendrás una cama, un servicio asqueroso y un par de comidas al día como mucho. Si quieres algún lujo extra te lo tienes que pagar tú. Se trabaja un mínimo de diez horas aunque siempre puedes echar más. En tu caso puede que las tengas que hacer para alcanzar el mismo rendimiento de la gente más experta.
-Bueno Mario, no sigas que me rajo. Habla con ese tío y me llamas luego, ¿vale?
Pasada media hora, Denis recibió la llamada de Mario para confirmarle que le había conseguido el trabajo y le dio las instrucciones para enviar su documentación y que le hicieran todo el papeleo. Acto seguido, Denis anuló su cuenta en la casa de apuestas y se juró que jamás volvería a apostar.
Quedaron muy temprano el día que tenían que incorporarse al trabajo. Irían desde Almería a El Ejido en autobús y allí los recogería un encargado del invernadero con el que Mario tenía cierta amistad.
-Ya verás que bien te lo vas a pasar aquí, le dijo irónicamente el encargado a Denis.
Les asignaron una pequeña casa que tendrían que compartir con otros tres trabajadores.
-Llévalo al tajo y le enseñas cómo se trabaja aquí. Ya sabes que no hay periodo de aprendizaje y mañana tiene que estar trabajando al mismo ritmo que el resto, ¿de acuerdo?, le dijo el encargado a Mario.
-No te preocupes, es listo y aprende rápido.
Debajo de los plásticos hacía un calor infernal que presagiaba duras jornadas de trabajo. Mario empezó a instruir a Denis en el trabajo que había que hacer que consistía básicamente en recolectar tomates, pepinos, calabacines, o lo que tocase ese día, e ir llenando las cajas que había distribuidas por el invernadero. Denis no tardó en darse cuenta de que aquello no sería un apacible entretenimiento, ni mucho menos. La espalda le empezó a doler al par de horas de estar trabajando y al enderezarse se percató de que su amigo iba mucho más adelantado que él y había llenado muchas más cajas de hortalizas.
-Vamos Denis, aquí no se puede uno parar a meditar.
A mediodía comían en la casa que tenían asignada y pronto constataron que el almuerzo no estaba preparado precisamente por ningún chef de prestigio. Mario y Denis conocieron a sus tres compañeros de alojamiento, dos negros de mediana edad y otro que parecía casi un niño. Apenas hablaron durante la comida y no tardaron mucho en volver al tajo.
Por la noche, Denis estaba reventado y se le vino el mundo encima al pensar en el mes que le esperaba en el invernadero.
-Me lo tengo bien merecido, por gilipollas, se dijo mientras se duchaba en un asqueroso cuchitril que hacía las veces de cuarto de aseo. La frugal cena, consistió en pan con embutidos y algo de fruta que también les facilitó el encargado. Era evidente que allí no iba a engordar demasiado.
-Mario, mañana te llevaré al otro invernadero junto con los dos morenos. Allí la cosecha está más adelantada y hay que sacarla rápido. Tu amigo y el negrito se quedarán aquí.
La noticia cayó como una losa sobre Denis que se iba a quedar sin su amigo y con la única compañía del joven negro del que no recordaba ni su nombre. Mario vio la sombra de decepción en la cara de Denis e intentó subirle la moral.
-Venga tío, ya sabes cómo va esto. Solo hay que agacharse y coger lo que toque. No creo que tarde muchos días en volver. El sábado por la noche podemos quedar si quieres.
Al día siguiente,  Denis y el joven de color desayunaron sin intercambiar palabra alguna y se dirigieron a la zona que les indicó el capataz. Un mar de tomates esperaban ser recolectados y colocados en sus cajas. Empezaron uno al lado del otro pero el africano no tardó en ir aventajando a Denis llenando más cajas. Lo hacía sin esfuerzo aparente mientras que Denis se exprimía para intentar seguir el ritmo de su compañero pero era imposible. Al poco, vio como el muchacho se había mudado a su tajo y estaba cogiendo tomates en sentido contrario y en unos metros coincidirían. Al llegar uno al lado del otro se miraron sin decir palabra y luego caminaron hasta donde había quedado el corte. Denis tenía su orgullo herido pero, a pesar del rechazo que sentía por negros, moros e inmigrantes en general, pronunció un casi imperceptible, gracias.
-De nada, respondió con voz más audible el otro.
Siguieron trabajando y Denis cada vez perdía más rápidamente la distancia con su compañero que tenía que repetir la operación con más asiduidad. Denis se cansó de aquello y le dijo al joven negro:
-No hace falta que me humilles más.
-Solo intento ayudarte, me lo ha encomendado el patrón, dijo el muchacho en un español bastante aceptable. Al principio yo también me quedaba atrás y los demás me ayudaban, es normal.
Denis, se sintió mal al ver más de cerca a aquel niño respondiendo con tanta sensatez.
-Perdona tío, estoy cansado. No estoy acostumbrado a este tipo de trabajo.
-No problem, el patrón quiere que hagamos el trabajo así. Tenemos que trabajar en equipo.
Durante el almuerzo apenas hablaron pero antes de volver al trabajo, el joven negro preguntó a Denis:
-¿Por qué haces este trabajo de negros?
Denis no se esperaba esa pregunta y contestó con otra.
-Y tú, ¿qué haces en España?, ¿por qué has venido aquí?
-Yo no quería venir, me trajo mi padre y él acabó ahogándose en el Estrecho. Ahora tengo que trabajar para mandar dinero a mi madre en Senegal. Somos muchos en casa y mi padre ya no está.
Denis tomó conciencia de que su problema era una broma al lado de la situación de aquel pobre niño.
-Lo siento. ¿Tienes papeles?
-Soy menor de edad, estoy aquí por los otros hombres que viste, son de mi pueblo, allá en Senegal. Ellos me ayudan porque ahora estoy solo… Vamos, tenemos que volver ya al curro, Denis.
-¿Te acuerdas de mi nombre?
-Claro, es fácil, ¿no?
-Yo no recuerdo el tuyo.
-Me llamo Mamadou.
Por la noche el cansancio hizo que Denis se durmiera de manera casi inmediata pero antes de hacerlo se imaginó la escena de los africanos en una patera con gente cayendo al agua y Mamadou viendo como su padre se ahogaba sin poder hacer nada por él. Le fastidiaba tener que reconocerlo pero aquel muchacho le caía bien y le daba mucha pena.
Los días continuaron con la misma rutina aunque Denis se estaba adaptando mejor al trabajo y le cundía algo más. El sábado por la noche llegó Mario y fueron a El Ejido a tomar algo. Denis le dijo a Mamadou si quería ir con ellos, pero el joven africano declinó la invitación.
-¿Tú no eras racista?, dijo Mario.
-Estoy aprendiendo muchas cosas esta semana, Mario. Tal vez a las personas no hay que juzgarlas por el color de su piel, como he hecho yo hasta ahora. Pensaba que esta gente nos quitaba el trabajo a los españoles pero, ¿quién coño va a querer hacer esta mierda de curro?, solo dos pringaos como nosotros.
-Me alegra oírte esas palabras, Denis, pero yo no soy ningún pringao. Solo soy pobre y necesito la pasta. Lo tuyo, en cambio, es algo inexplicable. Espero que algún día me digas qué haces aquí.
-Estoy cumpliendo una penitencia que yo mismo me he impuesto.
-Pues tienes valor, Denis.
-A veces se comenten errores y creo que por lo menos lo he atajado a tiempo. Además esta experiencia puede que me sea útil en un futuro.
-Eso desde luego. Sabrás valorar lo que tienes y también a apreciar a personas que nunca te imaginarías lo maravillosas que son.
El domingo Denis se quedó en el invernadero descansando. Se levantó tarde y comprobó que Mamadou no estaba. El capataz le dijo que había ido a pasar el día con sus paisanos a la otra finca.
-Te has adaptado bien al trabajo, chico, le dijo el jefe.
-Bueno, Mamadou me ha ayudado bastante al principio, como usted le había mandado.
-Yo no le he mandado que te ayude. Lo habrá hecho por su cuenta para ganarse tu amistad. Se ve un buen chico que parece haber sufrido bastante, pero con su gesto ha dejado de ganar un buen  dinero.
Denis se quedó atónito al oír aquellas palabras y el resto del día estuvo dándole vueltas al tema aunque cuando regresó Mamadou no le comentó nada.
Los días iban pasando y Denis acabó alcanzando el ritmo de recolección de Mamadou. No hablaban mucho pero era evidente que ambos habían conectado bastante bien. Mario estuvo todo el mes en el otro invernadero aunque Denis ya no lo echaba de menos. Cuando terminó su mes de castigo, Denis sintió cierta tristeza al despedirse de Mamadou.
-¿Qué vas a hacer con tu vida, Mamadou?
-Pronto conseguiré los papeles. Luego ya veré si sigo trabajando por aquí o viajo a Francia donde tengo unos familiares, aunque mi ilusión sería volver a Senegal y poder vivir allí.
Denis le dio un abrazo a aquel joven negro y pensó en los prejuicios que tenía tan solo un mes antes contra la gente de otras razas y culturas y se dio cuenta de lo equivocado que había estado.
Pasados un par de días, ya en su casa de Almería, Denis sentía la necesidad de saldar una deuda y salió a la calle dispuesto a ello. Se dirigió a la oficina de correos más cercana.
-Quiero enviar este dinero a una persona en Senegal.
-Muy bien, le dijo la trabajadora, deme los datos del receptor del dinero.
Denis le entregó el resguardo de un envío de dinero anterior que uno de los paisanos de Mamadou había hecho a la madre de este. Ese papel estaba en la casa del invernadero y Denis lo cogió antes de irse.
-¿Qué ponemos en el concepto?, le preguntó la empleada.
-De parte de un amigo de Mamadou, dijo él.
Salió de correos con una sensación de tremendo bienestar. Ojalá le vaya bien a Mamadou y a su familia, pensó de camino a casa.

Años después, tras acabar Medicina y estar trabajando en un hospital, Denis pasó a formar parte de Médicos Sin Fronteras y viajaba periódicamente al continente africano a prestar sus servicios a población carente de las más mínimas infraestructuras sanitarias. En uno de esos viajes se reencontró con Mamadou, pero eso ya es el comienzo de otra historia.

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