Este relato fue publicado en el número 2 de la Revista No veas en Diciembre de 1991
Aquella plomiza tarde
de invierno, Tony decidió que la hora de acabar con Sam había llegado. No podía
dejarlo correr más, aunque sabía que él no tenía las agallas suficientes para
cargarse a quien tantos momentos había compartido con él. Sin decir nada a su
mujer, cogió el revólver y salió a la calle. Una ráfaga de viento helado casi
le tira el sombrero al suelo. Mientras caminaba, Tony se iba convenciendo de
que era el mejor momento para llevar a cabo su propósito. Con paso lento para
no levantar sospechas, tomó la calle que le conduciría al saloom, donde sin duda, por un puñado de dólares, encontraría a
alguien dispuesto a hacer el trabajo sucio. Empujó la puerta y se acercó a la
barra, nadie se había molestado en saludarle. Pidió un whisky al camarero y
recorrió el local con la mirada. De pronto, una imperceptible sonrisa se dibujó
en su rostro al distinguir en la mesa del fondo, junto al piano, al hombre que,
en realidad, andaba buscando desde el primer momento. Se trataba de Jack, un individuo
siniestro y de pocas palabras del que todos sabían en Beas City que no tenía
escrúpulos y que era un profesional que ejecutaba su trabajo con efectividad y
una precisión escalofriante a cambio de un módico precio.
Sin moverse de donde
estaba, Tony hizo una ligera seña a Jack para que se acercara. Este pronto
comprendió que se trataba de Sam, sabía que Tony le iba a pedir que se lo cargara.
Entre los dos hombres no existía ninguna relación amistosa, así que cuando Jack
llegó a la altura de Tony, permaneció callado y un tenso silencio se instaló entre
ambos hombres mientras se miraban fríamente a los ojos. Tony fue el que rompió
el hielo y se limitó a preguntar:
-Cuánto.
Jack pareció
pensárselo durante unos instantes, pero finalmente contestó:
-Veinte pavos, por
adelantado.
Tony se limitó a
sacar dos billetes de diez dólares que depositó encima de la barra sin abrir la
boca. Tras ello, se levantó de su taburete y mientras se dirigía a la calle,
murmuró:
-Mañana, al amanecer.
Jack no dijo nada,
cogió el dinero y se volvió a su mesa. Nadie pareció prestar atención a lo sucedido
porque se trataba de algo habitual en aquel poblado del lejano oeste llamado Beas
City.
Mientras caminaba de
vuelta a casa, Tony meditaba en lo poco que le gustaba aquel tipo, pero dadas
las circunstancias, no le quedaba más remedio que confiar en él. Tampoco le agradaba tener que decírselo a su
mujer, pero tenía que hacerlo. Mary era una buena esposa y tenía que estar
preparada para lo que iba a ocurrir. Cuando se lo contó todo, Mary dudó por un
momento pero al final estuvo de acuerdo con su marido en deshacerse de Sam.
Llevaba unos días que era un verdadero incordio y la idea de liquidarlo le hizo
sentirse más tranquila.
En la chimenea el
fuego se había consumido hacía rato y Tony decidió que había llegado el momento
de acostarse. Cuando se metió en la cama, su mujer dormía plácidamente pero él
sabía que no podría conciliar el sueño fácilmente. La idea liberadora de matar
a Sam se mezclaba con un extraño sentimiento de culpabilidad que no acababa de
comprender, pero que le producía una sensación poco agradable. Aquella noche
tuvo horribles pesadillas en las que se veía en el lugar de Sam y un enorme
cuchillo le atravesaba la garganta.
A pesar del frío,
cuando Tony se levantó estaba empapado en sudor. Salió a la calle y aunque aún
no había amanecido, allí estaba Jack. Tony se llevó un susto de muerte al ver su
imponente e inmóvil figura entre las sombras.
-Acabemos esto cuanto
antes, fue el único saludo de Jack, mientras aplastaba la colilla de su cigarro
contra el barro del suelo.
Tony asintió y ambos
hombres se dirigieron al lugar donde Sam, seguramente dormido e indefenso, se
encontraría con el frío acero atravesándole su cuerpo sin poder evitarlo.
Tony había trazado un
meticuloso plan para que la muerte de Sam fuese rápida y sin problemas. El
cerrojo de la puerta estaba helado pero Tony lo corrió sin hacer apenas ruido.
Vieron a Sam como yacía tranquilo, soñando quién sabe en qué. El pobre no se
había percatado de la presencia de aquellos dos intrusos y cuando quiso
reaccionar fue demasiado tarde. Tony y Jack eran fuertes y lo agarraron a pesar
de sus gritos y oponer una feroz resistencia. Aquellos chillidos de pánico
ponían histérico a Tony, pero Jack estaba tan acostumbrado que ni tan siquiera
los oía.
Una vez reducido Sam, Jack
pasó a la acción. Tony sabía de su profesionalidad pero quedó muy sorprendido
de la habilidad y maestría para estos menesteres de aquel tipo tan sanguinario.
De un certero tajo en el cuello, la sangre de la víctima brotó como un torrente
y sus gritos se fueron acallando poco a poco y Tony pareció sentirse algo más liberado.
Mary, sin duda alertada por
los gritos, irrumpió en la habitación y comprobó con alivio que todo estaba
bajo control. Vio como Jack descuartizaba el cadáver de Sam y se maravilló de
su eficacia en el manejo del cuchillo. Tony salió a la calle para comprobar que
nadie había oído nada y para alejarse de Jack. Aquel hombre le daba miedo y le
ponía nervioso, pero no pudo sino reconocer que era el mejor para llevar a cabo
labores tan delicadas como aquellas.
Pasados unos minutos, Jack
dio por terminado su trabajo y Mary le ofreció un pequeño barreño con agua y
una toalla para que se lavara las manos. A la mujer le esperaba una dura
jornada y apenas se dio cuenta cuando, tras unas inaudibles palabras, Jack se
marchó del lugar de los hechos. En la calle Tony se las arregló para evitar tener
que cruzar una despedida con el que, a fin de cuentas, tan solo había sido el brazo
ejecutor de sus órdenes.
Mientras se dirigía a
tomarse su whisky matutino al saloom,
Jack se lamentaba amargamente para sus adentros de su triste destino. Cada vez
le gustaba menos matar marranos para ganarse la vida pero en Beas City
escaseaba el trabajo y no podía desperdiciar las oportunidades que se le
presentaban para ganar un puñado de dólares.
Entre tanto, y sin más
dilación, Mary y Tony comenzaron las faenas propias de la matanza en Beas City.
Habían cebado a conciencia a Sam durante meses y pronto podrían saborear las
morcillas, chorizos, jamones y demás derivados cárnicos que serían vitales para
afrontar el duro invierno que se cernía sobre Beas City.
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